Vinculos patrocinados

sábado, 15 de enero de 2011

Abraham Valdelomar



Tristitia 
Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.
En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar,
y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar.


LA DANZA DE LAS HORAS

Hoy, que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy, que parece un niño juguetón la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
                  hoy quisiera reír...

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida,
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida,
                  hoy quisiera besar...

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
                  hoy quisiera llorar...

Hoy, que la noche tiene una trágica duda,
en que vaga en la sombra una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
                  hoy quisiera morir...


Soneto del hermano ausente


La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
Y sobre ella la misma blancura del mantel
Y los cuadros de caza de anónimo pincel
Y la oscura alacena, todo, todo está igual…



Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.



La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reir



que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…



HA VIVIDO MI ALMA...


Ha vivido mi alma en las Edades viejas
en un guerrero heroico y un galán trovador,
y en gentiles mancebos de enroscadas guedejas
enamorada siempre de una prohibición.


Mi alma fue de Tartufo, de un ídolo pagano,
de un impúber de lesbia, de un fauno y de un bufón;
vivió dentro del cuerpo de un gladiador romano,
y en el cuerpo caduco de un viejo Faraón.


Ha vivido en las aguas y ha vivido en las rosas,
ha vivido en los hombres y ha vivido en las cosas,
buscando siempre amor.


Irá hacia un país lejano de sátiros traviesos
y de labios de sangre que conviertan en besos
las cosas que no son...


Y vivirá mi alma en las cosas futuras
sintiendo las saetas de nuevas desventuras,
en una larga, triste, cruel peregrinación...

NOCTURNO


Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y tengo miedo que despierte
al suave roce de mis pasos lentos…


La iglesia eleva sus dos torres
en la oquedad honda del cielo
y cruza el aire el pentagrama
del poste del teléfono.


Pide limosna, lamentable,
un mendicante viejo y ciego
y habla de Dios y dice: ¡Hermanos!
y tiende al aire su sombrero.


Pasa un borracho hinchado el rostro,
echa hacia mí su aliento fétido,
alza los brazos y gritando:
-¡Viva el Perú!- se cae al suelo.


La luz de un arco parpadea,
chocan sobre ella los insectos,
cambia a mis pasos la quebrada
rara silueta de los techos.


Duerme un cansado caminante
en el dintel amplio del templo
y allí en la esquina, junto a un poste,
con gravedad se mea un perro.


Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y me parece que alguien sigue
mis pasos a lo lejos…


Un auto lleno de farautes
pasa, alborota, insulta; entre ellos
van las criollas cortesanas
zambas, pintadas y de pies pequeños.


Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio;
repite el eco en el vacío
el duro golpe de mis pasos lentos.


De estas cien mil almas que duermen
¿cuál soñará lo que yo pienso?...
¿Acaso aquella que esta tarde
sonrió a mi paso y me miró en silencio?


En los siniestros hospitales
se moverán insomnes los enfermos…
¿Quién llorará desconsoladamente?...
¿Quién se estará muriendo?...


¿En cuántos labios juveniles
se contraerán frases y besos?
¡Cuántas mentiras adorables!
¡Qué desgraciados estarán naciendo!


Y ella en la muda alcoba blanca,
rosado y tibio su jugoso cuerpo,
extenderá su cabellera rubia
sobre las rojas flores de sus senos.


Y una sonrisa insinuarán sus labios
y su nariz aspirará deseos
¡y yo estoy vivo, yo lo sé y la adoro
y ahora no puedo darla un beso!


Y pasarán inexorables
horas y días, juventud y sueños.
Hoy tengo miedo de morirme.
¡Qué solo debe estar el cementerio!


Ya la ciudad está dormida
y sólo cruza su silencio
el ruido que hace la pesada
negra carroza de los muertos…
YO, PECADOR


Mi boca fue a manera de un ático panal
do acudieron los besos en lírico tropel,
abejas amorosas que llenaron de miel
mi espíritu sediento y mi carne mortal.


Ha gravitado en mi alma, sincera y vertical,
la voz inexorable y cóncava, de aquel
de testa fascinante que al bíblico vergel
arrancó la manzana con giros de espiral.


Soy, Señor, de tus siervos, quien más ha delinquido:
el no poder amar fue mi pena más honda,
el no poder besar fue mi mayor tormento.


Dame, de tus castigos, la acre copa redonda;
y pues soy de tus siervos el que más te ha ofendido,
yo te pido perdón.. ¡pero no me arrepiento!


0 comentarios:

Publicar un comentario